Meyby Soraya
Ugueto Ponce
Bordando memorias
En días como estos en los que las prendas de vestir son para comprar, usar y tirar, coser o bordar no es un acto de subordinación ni de conservadurismo, es un acto de placer. Incluso de resistencia. ¿Por qué? Porque me da la gana hacerlo. Lo elijo.
Al bordar, hilvanar, coser, confeccionar, siento que diseño y creo un camino. En silencio pienso, reflexiono, me echo a andar, corto camino, cambio de rumbo, me devuelvo y empiezo de nuevo. Puede que comience con una idea previa o sólo me deje llevar.
¡Ay, y cuando bordamos juntas! Es como una fiesta. El tiempo no corre y el goce se apodera del lugar. Solo seguí el hilo, seducida por sus colores, combinaciones y texturas. Hablamos -a veces varias a la vez- reímos, contamos, recordamos, aconsejamos. Y su amor nos ofrecía de comer y beber, cuando no nos contemplaba con una media sonrisa. Al final, en el liencillo me veía. No estaba ni bien ni mal. Me admiraba transformada, ligera lista para ser elevada por el viento.
Yo digo que la aguja y el hilo me salvaron. Por eso agradezco al ser que guió mis manos ansiosas. Ese que como la mayoría de nosotres creció rodeado de mujeres cosedoras, de profesión o no. Ese cuya madre le permitió usar por primera vez, con 13 años, su máquina de coser para hacerse un bolso para ir al colegio.